Adriana Brodsky
Me vine a enterar a los treinta años que había sido linda cuando era chica. Cuando era adolescente, mucho peor!. Los varones más cercanos se habían hartado de decirme "gorda", "fea", "orejona". Me la re creí. Estuve convencida de ello treinta años de mi vida. Me vine a desayunar de que estaba equivocada a la mayor distancia posible. La distancia era histórica y geográfica. Me enteré cuando ya había perdido eso que se considera belleza: la soledad me había traído muchos kilos más y un largo noviazgo me había marcado la cara de dolor. Estaba también en el norte norte, muy lejos de todos los que posiblemente me hubiesen amado, aunque fuera como homenaje a mi pasado.
Ayer me encontré con un amigo de la infancia de mi hermano. Me contó, me reveló que cuando íbamos al liceo, había dos hermanas con la que todos los varones soñaban (y sabemos aquí que soñaban es un eufemismo, posiblemente mojaran pañuelos, y no de lágrimas precisamente). Una de ellas era yo; de la otra no recordaba el nombre. Y yo tan ajena, tan pero tan ajena a eso. Sufría porque era fea. Para resarcir esa fealdad, empecé a acostarme con pibes, siendo muy chica, para que no se me fueran. Se fueron igual. Y cada partida confirmaba cuán fea era. Fui creciendo y cada vez que alguien se interesaba en mí, yo devolvía ese gesto besándolo, con gratitud.
Si hubiese sabido, si hubiese minimamente intuido que era un poco linda, lo habría bien aprovechado a mi favor. Yo, de diecisiete años encararía muchos más pibes, no me acostaría con ninguno, y los tendría siempre ahí, elegiría los buenos partidos, los que querrían mis padres, giles con autos y plata. No fue así, yo, diecisiete años, tras los pelagatos, los feos, los no exitosos.
Pienso que Adriana Brodsky no era ninguna tarada, pienso en la hijaputez del "maestro", y con él, en aquellos que "sólo te quieren coger". La bebota ya no es para mí una caricatura. No se si Olmedo lo habrá intuido. Pienso que a fuerza de repetir algo, a fuerza de mucha gente repitiéndole algo a alguien, se va torciendo el destino de ese alguien. Pienso en las verdades creadas, que no son verdades en principio, pero luego se hacen tales. Y tan tales se vuelven que ayer, cuando sufrí la revelación, maldije los veinte años que me separaban del liceo.
me comí las migas
sábado, 17 de mayo de 2014
sábado, 5 de abril de 2014
Vi la imagen de la muerte. La muerte es un jinete negro que sonríe mientras pasa al lado tuyo en un puente.
Estoy en el puente. Cruzarlo es la selva. No hay luna, no hay estrellas. Un caballo aparece en el otro extremo. Trae una luz encima. Al acercarse, la luz, permite que se recorte una figura que lo monta. Lleva sombrero llanero. Quedé pegada al puente, justo a la mitad. El caballo, en la noche, con el jinete de las sombras se acerca. Ahí la selva. Lento galopar al acecho. Siento miedo. Al llegar junto a mi, van desapareciendo las formas, la luz encandila, la figura humana se hace noche, se funde con el aire. Sólo logro ver la gran sonrisa blanca a modo de saludo. Supongo una mano que hace el gesto con el sombrero.
El caballo lento, negro, cruzó el puente.
Estoy en el puente. Cruzarlo es la selva. No hay luna, no hay estrellas. Un caballo aparece en el otro extremo. Trae una luz encima. Al acercarse, la luz, permite que se recorte una figura que lo monta. Lleva sombrero llanero. Quedé pegada al puente, justo a la mitad. El caballo, en la noche, con el jinete de las sombras se acerca. Ahí la selva. Lento galopar al acecho. Siento miedo. Al llegar junto a mi, van desapareciendo las formas, la luz encandila, la figura humana se hace noche, se funde con el aire. Sólo logro ver la gran sonrisa blanca a modo de saludo. Supongo una mano que hace el gesto con el sombrero.
El caballo lento, negro, cruzó el puente.
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Andrés Seoane también vio a través de su lente |
miércoles, 12 de febrero de 2014
Dicen
que el abuelo estaba ahí parado
giró
para buscar una escoba
y cayó muerto
en el giro
(cayó redondo)
yo se que era domingo.
Cuando el abuelo murió
era verano
y domingo.
Siempre el abuelo es verano para mí
-siempre domingo con sol-.
Pocas lluvias hay
en mi verano con él
-lluvias de verano-.
Nos mandaba tareas:
numerar las cuevas de los sapos
encontrar arañas
las más raras
(tuvimos una amarilla con dibujos
el abuelo nos premiaba
contando historias).
El abuelo nos llevaba a lo hondo.
Primero al nieto mayor
después a mí.
Nos adentraba en el agua
(la orilla era una sala de espera
con larga vistas y reloj de arena
mientras él se llevaba al otro
caminando adentro del mar
se hacían chiquitos
los perdía de vista).
Hermano había visto un tiburón.
Yo ansiaba
que volvieran.
Y volvía
me tomaba de la mano
y me llevaba por el agua
a lo hondo.
Después, de grandes
lo premiábamos a él
yo preguntaba:
-"Abuelo, ¿Cómo era Salto en Carnaval?"
y él contaba
ochenta años para atrás
cómo se perdía entre
faldas de señoras
con agua y serpentinas
y correteaba
ese señor.
que el abuelo estaba ahí parado
giró
para buscar una escoba
y cayó muerto
en el giro
(cayó redondo)
yo se que era domingo.
Cuando el abuelo murió
era verano
y domingo.
Siempre el abuelo es verano para mí
-siempre domingo con sol-.
Pocas lluvias hay
en mi verano con él
-lluvias de verano-.
Nos mandaba tareas:
numerar las cuevas de los sapos
encontrar arañas
las más raras
(tuvimos una amarilla con dibujos
el abuelo nos premiaba
contando historias).
El abuelo nos llevaba a lo hondo.
Primero al nieto mayor
después a mí.
Nos adentraba en el agua
(la orilla era una sala de espera
con larga vistas y reloj de arena
mientras él se llevaba al otro
caminando adentro del mar
se hacían chiquitos
los perdía de vista).
Hermano había visto un tiburón.
Yo ansiaba
que volvieran.
Y volvía
me tomaba de la mano
y me llevaba por el agua
a lo hondo.
Después, de grandes
lo premiábamos a él
yo preguntaba:
-"Abuelo, ¿Cómo era Salto en Carnaval?"
y él contaba
ochenta años para atrás
cómo se perdía entre
faldas de señoras
con agua y serpentinas
y correteaba
ese señor.
lunes, 3 de febrero de 2014
He dormido mi primera siesta ecuatoriana, Me levanto y siento que soy mi madre. El cuerpo, los huesos. Pienso en un poema de Irina que lo dice así, buscándose las analogias. Ya ni el cuerpo nos pertenece, nada es nuestro, todo es herencia. Lo nuestro es el armado. Cuerpo heredado que cruza kilómetros prestados.
Los kilómetros andados hoy, kilómetros de selva virgen, de selva indígena. La selva es de sí misma, no es de nadie. Muy menos mía; yo, gringa, debo pagar tres dólares por cruzarte, por andarte. Andamos, entonces, en selva virgen, con perra prestada, perra suya, autóctona misahualli. Pregunto si la perra es del pueblo, de la selva, de la costa, acaso. La perra es de un francés, se hizo extranjera, anda con un turistas. Transculturación, transculturación, transculturación dijo ayer Calitos -hijo estudiado de madre indígena que nos contaba las cervezas que tomábamaos: "Ia, Calitos, van ocho cervezas". Es seguro que mi madre, que viene de europeos, no sabe qué es la transculturación.
Los kilómetros andados hoy, kilómetros de selva virgen, de selva indígena. La selva es de sí misma, no es de nadie. Muy menos mía; yo, gringa, debo pagar tres dólares por cruzarte, por andarte. Andamos, entonces, en selva virgen, con perra prestada, perra suya, autóctona misahualli. Pregunto si la perra es del pueblo, de la selva, de la costa, acaso. La perra es de un francés, se hizo extranjera, anda con un turistas. Transculturación, transculturación, transculturación dijo ayer Calitos -hijo estudiado de madre indígena que nos contaba las cervezas que tomábamaos: "Ia, Calitos, van ocho cervezas". Es seguro que mi madre, que viene de europeos, no sabe qué es la transculturación.
domingo, 22 de septiembre de 2013
Encierro y movimiento. Paris- Toulousse
Y él, él que se ve que es como G., él tampoco puede dormir. Ella se duerme en su falda, y él lee- finge leer un absolutamente aburrido símil periódico con una publicidad de las que te dan en las estaciones. Yo lo vi mirar por el reflejo de la ventana. (Como quien mira hacia afuera pero en realidad mira aquello que la ventana refleja: lo que está al lado suyo.) Técnica usada hasta el hartazgo en el TGV, supongo que en salvaguarda de cierta fama de discreción francesa. Ocho y media de la mañana, despierta llorando el pequeño niño asiático. El primer ruido molesto de este tren, de este vagón del tren. Niño lloraba y lloraba. Me pareció escuchar que alguien dijo para sí, pero para la madre: "¡ Dele agua!". Padres asiáticos preocupados no saben qué hacer con niño que llora y llora y despierta a todo el tren que está ansioso por dormirse. El segundo ruido molesto fui yo. Este aparatito-del-demonio-portable-mascota-virtual-agenda sin querer comenzó a sonar, prácticamente en mis manos. Y yo durmiendo, durmiendo. Es que es una noche blanca. Y alguien interrumpió el sueño, la escena, mi creación, al decirme: "C'est votre cette portable?" ( No, seguramente no fue eso lo que dijo, no importa qué haya dicho, importaba que me sacudiese). No recuerdo si hombre o mujer. Pero me dio verguenza. Y más cuando advertí que éste G. medio italiano, medio flamenco (tal vez simplemente de Francia del Sur) me miraba con sus cuatro ojos de persona-que-está-en-pareja.
Es evidente que ese pequeño niño nipón no conoce otra forma de comunicarse que no sea a través del quejido, el llanto o el semigrito. Y para vergüenza y deshonra de esos padres que no se, no se si al menos uno de ellos no se hará un harakiri algún día por no haber superado el mal rato de las vías de la France; pasa un ejemplar padre modelo francés con su rubio hijo silencioso y bellísimo en brazos, dando su paseo matinal de viernes, alardeando sus cuidados en la circulación de sangre de sus piernas y la equidad de género. Y ese padre camina una y otra vez por el pasillo del tren cual si fuese una pasarella, y todos lo miramos y nos decimos para nosotros que qué bien, cómo ese niño no llora, en cambio el otro, el asiático...
//Los cementerios están a los bordes de las vías del tren para que al pasar éste, la gente tire una flor, y caiga al azar sobre cualquier tumba, y así creer en que la fortuna no sólo rige los hechos en la vida, si no que también después y uno puede soñar con ser un muerto con un golpe de suerte.//
Y él, él que se ve que es como G., él tampoco puede dormir. Ella se duerme en su falda, y él lee- finge leer un absolutamente aburrido símil periódico con una publicidad de las que te dan en las estaciones. Yo lo vi mirar por el reflejo de la ventana. (Como quien mira hacia afuera pero en realidad mira aquello que la ventana refleja: lo que está al lado suyo.) Técnica usada hasta el hartazgo en el TGV, supongo que en salvaguarda de cierta fama de discreción francesa. Ocho y media de la mañana, despierta llorando el pequeño niño asiático. El primer ruido molesto de este tren, de este vagón del tren. Niño lloraba y lloraba. Me pareció escuchar que alguien dijo para sí, pero para la madre: "¡ Dele agua!". Padres asiáticos preocupados no saben qué hacer con niño que llora y llora y despierta a todo el tren que está ansioso por dormirse. El segundo ruido molesto fui yo. Este aparatito-del-demonio-portable-mascota-virtual-agenda sin querer comenzó a sonar, prácticamente en mis manos. Y yo durmiendo, durmiendo. Es que es una noche blanca. Y alguien interrumpió el sueño, la escena, mi creación, al decirme: "C'est votre cette portable?" ( No, seguramente no fue eso lo que dijo, no importa qué haya dicho, importaba que me sacudiese). No recuerdo si hombre o mujer. Pero me dio verguenza. Y más cuando advertí que éste G. medio italiano, medio flamenco (tal vez simplemente de Francia del Sur) me miraba con sus cuatro ojos de persona-que-está-en-pareja.
Es evidente que ese pequeño niño nipón no conoce otra forma de comunicarse que no sea a través del quejido, el llanto o el semigrito. Y para vergüenza y deshonra de esos padres que no se, no se si al menos uno de ellos no se hará un harakiri algún día por no haber superado el mal rato de las vías de la France; pasa un ejemplar padre modelo francés con su rubio hijo silencioso y bellísimo en brazos, dando su paseo matinal de viernes, alardeando sus cuidados en la circulación de sangre de sus piernas y la equidad de género. Y ese padre camina una y otra vez por el pasillo del tren cual si fuese una pasarella, y todos lo miramos y nos decimos para nosotros que qué bien, cómo ese niño no llora, en cambio el otro, el asiático...
//Los cementerios están a los bordes de las vías del tren para que al pasar éste, la gente tire una flor, y caiga al azar sobre cualquier tumba, y así creer en que la fortuna no sólo rige los hechos en la vida, si no que también después y uno puede soñar con ser un muerto con un golpe de suerte.//
domingo, 21 de julio de 2013
Vinieron mis mujeres
ancestrales,
adultas.
Trajeron dos sofás,
un mueble comprado en un remate,
muchos frascos de vidrio,
libros de Tío muerto,
una colcha reversible que había sido de la abuela -materna.
Entraron todo.
Primero miraron con curiosidad mis cosas.
Las tocaron.
Preguntaron qué y para qué.
Guardaba en un cajón bolsas
-de esas lindas
que guardamos
a veces
algunas mujeres-.
Tía dijo: "Elegí tres. Las otras las tiramos".
Elegí.
Y también ponían dentro, para tirar:
una gabardina -reversible también-
(Gabardina dice madre, Trinchera dice Tía. Esta diferencia me sorprende. Levanto una ceja para mí.)
carteras no usadas,
una cortina.
Vacían mi cuarto para que yo lo llene de sus cosas.
En mi cuarto, antes de su llegada,
la basura eran papeles
como este, con mis letras
pero recortados-descartados en pedacitos
perfectos cuadraditos del mismo tamaño, mi basura
con bic azul
también era mi basura
papeles de regalos
y entradas
y colillas de cigarro-
Se fueron mis mujeres, tiraron la basura
padre las llevó.
Salí al rato a la calle.
Una alfombra de mis letras
me guiaba el camino hacia la esquina.
ancestrales,
adultas.
Trajeron dos sofás,
un mueble comprado en un remate,
muchos frascos de vidrio,
libros de Tío muerto,
una colcha reversible que había sido de la abuela -materna.
Entraron todo.
Primero miraron con curiosidad mis cosas.
Las tocaron.
Preguntaron qué y para qué.
Guardaba en un cajón bolsas
-de esas lindas
que guardamos
a veces
algunas mujeres-.
Tía dijo: "Elegí tres. Las otras las tiramos".
Elegí.
Y también ponían dentro, para tirar:
una gabardina -reversible también-
(Gabardina dice madre, Trinchera dice Tía. Esta diferencia me sorprende. Levanto una ceja para mí.)
carteras no usadas,
una cortina.
Vacían mi cuarto para que yo lo llene de sus cosas.
En mi cuarto, antes de su llegada,
la basura eran papeles
como este, con mis letras
pero recortados-descartados en pedacitos
perfectos cuadraditos del mismo tamaño, mi basura
con bic azul
también era mi basura
papeles de regalos
y entradas
y colillas de cigarro-
Se fueron mis mujeres, tiraron la basura
padre las llevó.
Salí al rato a la calle.
Una alfombra de mis letras
me guiaba el camino hacia la esquina.
martes, 9 de julio de 2013
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