domingo, 22 de septiembre de 2013

Encierro y movimiento. Paris- Toulousse

Y él, él que se ve que es como G., él tampoco puede dormir. Ella se duerme en su falda, y él lee- finge leer un absolutamente aburrido símil periódico con una publicidad de las que te dan en las estaciones. Yo lo vi mirar por el reflejo de la ventana. (Como quien mira hacia afuera pero en realidad mira aquello que la ventana refleja: lo que está al lado suyo.) Técnica usada hasta el hartazgo en el TGV, supongo que en salvaguarda de cierta fama de discreción francesa. Ocho y media de la mañana, despierta llorando el pequeño niño asiático. El primer ruido molesto de  este tren, de este vagón del tren. Niño lloraba y lloraba. Me pareció escuchar  que alguien dijo para sí, pero para la madre: "¡ Dele agua!". Padres asiáticos preocupados no saben qué hacer con niño que llora y llora y despierta a todo el tren que está ansioso por dormirse. El segundo ruido molesto fui yo. Este aparatito-del-demonio-portable-mascota-virtual-agenda sin querer comenzó a sonar, prácticamente en mis manos. Y yo durmiendo, durmiendo. Es que es una noche blanca. Y alguien interrumpió el sueño, la escena, mi creación, al decirme:  "C'est votre cette portable?" ( No, seguramente no fue eso lo que dijo, no importa qué haya dicho, importaba que me sacudiese). No recuerdo si hombre o mujer. Pero me dio verguenza. Y más cuando  advertí que éste G. medio italiano, medio flamenco (tal vez simplemente de Francia del Sur) me miraba con sus cuatro ojos de  persona-que-está-en-pareja.
 Es evidente que ese  pequeño niño nipón no conoce otra forma de comunicarse que no sea a través del quejido, el llanto o el semigrito. Y para vergüenza y deshonra de esos padres que no se, no se si al menos uno de ellos no se hará un harakiri algún día por no haber superado el mal rato de las vías de la France;  pasa un ejemplar padre modelo francés con su rubio hijo silencioso y bellísimo en brazos, dando  su paseo matinal de viernes, alardeando sus cuidados en la circulación  de sangre de sus piernas y la equidad de género. Y ese padre  camina una y otra vez por el pasillo del tren cual si fuese una pasarella, y todos lo miramos  y nos decimos para nosotros que qué bien, cómo ese niño no llora, en cambio el otro, el asiático...
                                                                                                                                                                                        //Los cementerios están a los bordes de las vías del tren para que al pasar éste, la gente tire una flor, y caiga al azar sobre cualquier tumba, y así creer en que la fortuna no sólo rige los hechos en la vida, si no que también después y uno puede soñar con ser un muerto con un golpe de suerte.//

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