lunes, 3 de febrero de 2014

He dormido mi primera siesta ecuatoriana, Me levanto y siento que soy mi madre. El cuerpo, los huesos. Pienso en un poema de Irina que lo dice así, buscándose las analogias. Ya ni el cuerpo nos pertenece, nada es nuestro, todo es herencia. Lo nuestro es el armado. Cuerpo heredado que cruza kilómetros prestados.
Los kilómetros andados hoy, kilómetros de selva virgen, de selva indígena. La selva es de sí misma, no es de nadie. Muy menos mía; yo, gringa, debo pagar tres dólares por cruzarte, por andarte. Andamos, entonces, en selva virgen, con perra prestada, perra suya, autóctona misahualli. Pregunto si la perra es del pueblo, de la selva, de la costa, acaso. La perra es de un francés, se hizo extranjera, anda con un turistas. Transculturación, transculturación, transculturación dijo ayer Calitos -hijo estudiado de madre indígena que nos contaba las cervezas que tomábamaos: "Ia, Calitos, van ocho cervezas". Es seguro que mi madre, que viene de europeos, no sabe qué es la transculturación.

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