domingo, 21 de julio de 2013

Vinieron mis mujeres
 ancestrales,
adultas.
Trajeron dos sofás,
  un mueble comprado en un remate,
   muchos frascos de vidrio,
    libros de Tío muerto,
 una colcha reversible que había sido de la abuela -materna.
Entraron todo.
 Primero miraron con curiosidad mis cosas.
 Las tocaron.
 Preguntaron qué y para qué.
Guardaba en un cajón bolsas
-de esas lindas
que guardamos
a veces
algunas mujeres-.
 Tía dijo: "Elegí tres. Las otras las tiramos".
 Elegí.
 Y también ponían dentro, para tirar:
una gabardina -reversible también-
(Gabardina dice madre, Trinchera dice Tía. Esta diferencia me sorprende. Levanto una ceja para mí.)
carteras no usadas,
una cortina.
Vacían mi cuarto para que yo lo llene de sus cosas.
 En mi cuarto, antes de su llegada,
 la basura eran papeles
 como este, con mis letras
pero recortados-descartados en pedacitos
perfectos cuadraditos del mismo tamaño, mi basura
con bic azul
también era mi basura
papeles de regalos
y entradas
y colillas de cigarro-
 Se fueron mis mujeres, tiraron la basura
padre las llevó.

 Salí al rato a la calle.
 Una alfombra de mis letras
 me guiaba el camino hacia la esquina.


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